Afortunadamente, todavía quedan costumbres y tradiciones que mantienen vivo el espíritu de otros tiempos, de otras épocas. Doctrinas, creencias y ritos que se resisten a desaparecer pese al acoso y empuje que suponen los momentos actuales. Usos y hábitos que identifican a los pueblos y a sus gentes que siguen conservando ese mensaje transmitido de generación en generación, aunque hayan sufrido la adaptación social obligada e impuesta por el inexorable transcurso de los tiempos; pero la esencia original permanece. Y en Moratalla, una de esas tradiciones íntimamente ligada al tiempo de Navidad, es la típica noche de Los Castillos de la Purísima: grandes fogatas que el vecindario de cada barrio enciende en la noche del día 7 de diciembre.
Era costumbre que a partir del mes de Noviembre los niños y jóvenes de los distintos barrios de la población, comenzasen a buscar y reunir leña desplazándose por la huerta, montes cercanos y aledaños de la Villa; pero lo más fácil y tradicional, era ir de puerta en puerta pidiendo “un palico de leña para el Castillo de la Purísima”, petición a la que el vecindario solía responder generosamente; eran tiempos en los que la leña resultaba elemento primordial en los hogares moratalleros; en todas las casas existía un buen almacenamiento de cara al invierno. Los grupos de niños solían esconder su leña en un “lugar secreto”, un escondrijo fiable donde otros grupos “rivales” -de otro barrio- no pudieran verla ni quitársela. Hoy, pese a que las estufas de butano u otro material combustible, calefacciones y aire acondicionado, parecen haber puesto freno al uso de la leña y ello pueda constituir un inconveniente para la continuidad de la tradición, no lo es. Los niños -no se sabe cómo- aún se las ingenian para su búsqueda y recogida. Gracias a su interés (¿?), la tradición se mantiene.
Llegada la víspera de La Purísima, la noche del día 7, los grupos de cada barrio amontonaban convenientemente la leña disponiéndola en forma de “castillo” y le prendían fuego. Con las primeras llamas, comenzaban también los primeros cantos navideños, los primeros villancicos; venía a ser el preámbulo del tiempo litúrgico cercano. En torno a la hoguera, al amparo del calor del fuego, se iban uniendo los mayores; el vecindario cantaba, comía y bebía. Tiempo atrás, laúdes, bandurrias y guitarras lanzaban al aire de la noche sus notas mezcladas con las de panderetas, carracas, castañetas y zambombas, acompañando las voces que salian de las gargantas. Patatas, tocino, chorizos, morcillas, lomos, longaniza -de la reciente matanza- se iban asando en las ascuas junto a las costillas y algún boniato, regándose con buen vino de la tierra. Luego, avanzando la noche, los postres solían ser los típicos dulces caseros de la repostería tradicional de Moratalla: alajú, toñas, amores, fruta fanfarrona, suspiros, rollos de vino, mantecados, torta; y para beber, el popular licor café, igualmente elaborado en las casas de forma artesanal.
Ya en el aspecto social, antaño existía la curiosa costumbre -hoy desaparecida- de “echar los mayos”: cancioncilla popular cargada de cierta picardía amorosa al unir irónica y humorísticamente en la letra a un chico y una chica. Los Castillos de La Purísima venían a ser la excusa y servían, de algún modo, como lugar de encuentro para los jóvenes de ambos sexos; era la oportunidad para poder verse, cruzarse las miradas y estar “disimuladamente”, bajo la tenue luz de la hoguera, al lado del pretendiente o pretendienta. Y si llegaba el caso, hasta de bailar algunas pardicas, mazurcas o jotas. Luego, conforme el tiempo se introducía en la madrugada, llegaba también el momento de peligro: “las arenas”; grupos de jóvenes “rivales” venidos de otros barrios “armados” con palos largos se dedicaban caprichosamente a destruir lo poco que quedaba ya del castillo. Al grito de ¡arenas!, el grupo “apaleaba” las ascuas o brasas hasta extinguir el mínimo indicio de fuego. Eran otros tiempos, aunque no muy lejanos. En la madrugada y una vez apagado el Castillo, los grupos jóvenes provistos con laúdes y guitarras, solían “echar música” a sus novias o pretendientas bajo la ventana o balcón de la casa donde vivían…
Hoy han cambiado muchas cosas; pero el espíritu –aunque haciendo “equilibrios”– se mantiene. Los niños (¿?) siguen siendo los verdaderos protagonistas y ellos vienen a ser la esencia futura para que la tradición continúe año tras año. Esperemos que las luces de los Castillos sigan alumbrando otra vez, nuestras calles y barrios. Desde lejos Moratalla parecerá, como dijera el poeta, un Belén abigarrado anunciando la Navidad.
No obstante lo dicho al principio, el transcurrir del tiempo y las nuevas tecnologías junto a las “modernas” costumbres que observamos en la gente joven, nos hace pensar que esta tradición camina hacia el olvido y quedará para el recuerdo en un futuro próximo, dado que las circunstancias de hoy están muy lejos del espíritu que, en un principio, en su origen, motivó e impregnó el nacimiento de esta costumbre. Es, precisamente, la juventud de hoy quien debe velar por la continuidad de la tradición, aunque ello lleve consigo la introducción de nuevos elementos siempre que se conserve ese espíritu navideño al que aludíamos y que constituye una seña de identidad de Moratalla. Apelamos desde aquí al buen criterio y al moratallerismo de la juventud.
José Jesús Sánchez Martínez
Cronista Oficial de la Villa