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VASO DE NOCHE, PACO MORATA

Mi hermano Alonso, destinado a seguir la costurera profesión materna en su versión masculina, para la que se preparaba como aprendiz de sastre en el taller de Salustiano, recibió, no podría decir en qué orden, la llamada del Señor y el apoyo económico de una familia pía y generosa, dispuesta a correr con los gastos necesarios para llevar al santo sacerdocio a un hijo de la Villa, tan ayuna de vocaciones, aunque fuera en la persona de un forastero, adoptado, pero muy querido.

El primogénito recibió la llamada delSeñor y la familia una carta con instrucciones sobre el ajuar que debería sostener su vida en el internado: sábanas, pijamas, guardapolvos, ropa interior, pantalón de deporte… Todo más o menos predecible, todo excepto uno de los artículos.Casi al final de la lista, tres palabras, fáciles de comprender por separado,agrupadas en un sintagma ininteligible: vaso de noche.

Nene –preguntó mi madre -, ¿qué es eso de vaso de noche?

Yo no lo sé –contestó el nene, mi padre. A ver si lo sabe…

María no lo sabía, Ramona no lo sabía, Isabel no lo sabía, doña Costanza, la madrina, y sus hermanas no lo sabían, la moza de don José el cura no lo sabía.

Nadie lo sabía.

¿Vaso de noche? Sí, señora –sonrió un tendero de la calle Mayor de Caravaca-, Aquí lo tiene.

Y puso  sobre el mostrador de caoba una especie de botella achaparrada, de cristal frágil y cuello ancho, a la que servía de tapadera un vaso invertido.

¡Por fin! –suspiramos-, ajuar completo. Y con la tranquilidad que procura el tenerlo todo bajo control nos presentamos, el día señalado, a poner al elegido en manos del Señor o, mejor dicho, en manos de los superiores del Seminario Menor que se encargaban de los asuntos terrenales.

Estábamos en la antesala de la rectoral, esperando que nos llegara el turno para ser recibidos por el patercomunitatis, cuando mi padre acercó con disimulo su boca a la oreja de mi madre y susurró: “Nena, mira”

La nena miró y lo que vio fue que todos y cada uno de los que nos precedían y seguían en la cola portaban, más o menos disimulado por el embalaje, lo que a todas luces no podía ser otra cosa que un bacín, perico u orinal.

Disimuladamente, el nene salió de la fila, salió del seminario, se llegó a la Trapería y regresó, no mucho después, con el trofeo tanto tiempo buscado, envuelto en unas hojas del diario Línea.

Lo tengo, nena –dijo- y toda la familia sonrió, suspiró aliviada.

El otro vaso de noche, el de Caravaca, vivió largos años sobre la mesita de noche del dormitorio pequeño, el de los hermanos, aunque no recuerdo que nadie bebiera nunca de él.

 

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