Los grandes acontecimientos de la Historia de España se han vivido de forma muy diferente en los distintos pueblos de nuestra geografía. Han sido episodios que vienen a conformar buena parte de la historia particular de cada villa, de cada zona; y su crónica no ha estado exenta, quizá, de anécdotas, curiosidades o cierto pintoresquismo que, de alguna forma, ha evidenciado o puesto de relieve el carácter de una persona, de un grupo o de una comunidad.
Con referencia al período del carlismo, en Moratalla se registraron varios hechos con más fuerza ideológica que militar, al ser tierra de paso entre La Mancha, Levante y Andalucía y, por tanto, testigo del trasiego de gentes de unos lugares a otros. No obstante, hubo algunos encuentros armados, pero de escasa importancia. Estos acontecimientos los conocemos porque fueron recogidos por nuestro pariente lejano Alfredo Rubio Heredia en su obra de obligada consulta “Cosas de Moratalla”.
Uno de esos episodios pintorescos es el protagonizado por D. Celedonio Milara y Valmayor, cura párroco que fue de Moratalla durante 19 años, desde octubre de 1831 hasta enero de 1851, en que falleció. Este sacerdote era sobrino del Arcediano de la catedral de Murcia, el Sr. Sancho, personaje de gran influencia en la sociedad murciana de la época, al que el Ayuntamiento de Murcia dedicó una calle.
En septiembre de 1833, D. Celedonio viajó a Murcia a visitar a su tío el Arcediano Sancho, cuando le sorprendió la muerte del Rey Fernando VII. Durante los días que permaneció en la capital, intervino en diversos asuntos políticos relacionados con el carlismo, llegándole noticias sobre las primeras sublevaciones. Finalmente, acabó uniéndose a la causa absolutista, como su tío. A últimos de octubre regresó D. Celedonio a Moratalla, disponiendo solemnes funerales por el alma del Rey difunto e invitando a ellos a las principales personalidades de la Villa y vecindario en general. Encontrábase la iglesia totalmente llena de gente y cual no sería la extrañeza de los moratalleros cuando observaron que D. Celedonio Milara, por primera vez y en contra de su costumbre desde que estaba de párroco, subía al púlpito a predicar. Pero más que un sermón, lo que pronunció D. Celedonio Milara fue un discurso político, una ardiente arenga en favor del carlismo. Tras concluir su intervención invitando a todos a que abrazasen la causa de D. Carlos, el cura bajó del púlpito, entró en la sacristía, se despojó de las vestiduras religiosas, se colocó un sombrero de paisano, cogió dos pistolas que tenía preparadas y otras armas y salió a la calle por la puerta norte, donde le esperaba un criado con una mula; cabalgó con dirección a Hellín para incorporarse a las partidas carlistas que ya se habían levantado en La Mancha.
En 1840 regresó D. Celedonio Milara y Valmayor a Moratalla, encontrando ciertos inconvenientes para volver a ocupar su cargo, pero acogiéndose al convenio de Vergara, al poco, el sacerdote pudo reincorporarse a su función de párroco de la Villa.
En esta época, debido a la exclaustración de los religiosos, había en Moratalla 33 sacerdotes de misa, además de sacristán, fabriquero, organista, músicos de coro, monaguillos y santeros.
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Otro episodio curioso relativo a la época carlista, es el que sucedió en una madrugada de los primeros días de septiembre de 1873, cuando llegó a Moratalla una partida carlista al mando de Pastor, integrada por muchos esparteros de El Chopillo y otros simpatizantes de estas inmediaciones entre ellos, Antonio Santoyo, de Nerpio.
Al parecer, era un grupo de poca importancia que, además, venían hasta mal uniformados. Una de las cosas que hicieron fue romper y quitar la lápida que daba nombre a la actual Plaza de la Iglesia, entonces llamada Plaza de la Libertad. Cuentan, que Santoyo decía al carlista que golpeaba la mencionada lápida: “Cáscale ahí, donde dice libertad”.
Los vecinos, al darse cuenta de lo poco que valía la partida, comenzaron a dispararle y los carlistas optaron por salir huyendo a toda prisa, saliendo del pueblo por la Calle Empedrado.
José Jesús Sánchez Martínez