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LA ERMITA DE SANTA ANA

El Barrio de Santa Ana, es uno de los más populares y solera de Moratalla. Está situado en la parte baja del casco viejo de la población. La muralla que cercaba la Villa discurría, aproximadamente, por las actuales calles Trapería, Cebullana, Hospital y Santa Ana, por lo que el Barrio se encontraba parte extramuros, pero anexo al recinto amurallado, y parte en el interior.

Antecedentes.- Fundada en 1607 la Cofradía de Santa Ana, Jesús Nazareno y Santa Elena, que tal titulación tenía, la labor de los asociados se centró entonces en conseguir fondos para la construcción de la Ermita, edificándose en 1614. Conforme transcurre el tiempo, la fisonomía del recinto se va transformando merced a las constantes obras que se realizan, constituyendo un momento importante de su historia el de la creación de la Escuela y Oratorio de la Purísima, hecho que se produce en el primer tercio del siglo XVIII, siendo su fundador el presbítero local y Comisario del Santo Oficio Don Juan Martínez Carreño, cargo en el que le sucedió como administrador y mayordomo, el presbítero Don Joaquín Conejero Marín y López Amo –moratallero– quien desarrolló una gran labor al frente de la institución realizando obras entre 1760 y 1796, siendo el Maestro de Villa Juan Pablo Aznar el que realizó las obras. Al parecer -según indica A. Rubio en “Cosas de Moratalla, 1915- Don Joaquín Conejero proyectó fundar un convento de monjas en las casas -que eran de su propiedad- existentes entre la Ermita y la esquina del entonces llamado Callejón del Candil, denominado posteriormente y en la actualidad Calle de la Herradura. Pero tal proyecto no se llevó a cabo. Lo que sí hizo, como administrador y depositario de las rentas de la Escuela de la Purísima, para dar más luz y vistosidad a la fachada de la Ermita -dada la estrechez de la calle- fue comprar las casas que había enfrente y demolerlas, quedando el espacio abierto del actual patio o plaza.

Nuevas obras de restauración y embellecimiento se realizan en 1930, pero la Ermita es saqueada en la Guerra Civil Española (1936-39), destruyéndose la decoración interior; tras la contienda, se reparan los desperfectos ocasionados centralizando Santa Ana la mayor parte de la actividad litúrgica, dado que la Parroquia también estaba en restauración por los destrozos sufridos en dicha Guerra. En las décadas de los años cincuenta y sesenta, se siguió manteniendo el culto en la Ermita de forma regular, pero el paso del tiempo y debido al eterno problema de la humedad, tanto la techumbre como la pared Norte y Oeste e interior del templo, se fue deteriorando progresivamente, lo que motivó que a partir de entonces se fueran abandonando poco a poco los actos religiosos, quedando solamente para el oficio de una misa los domingos. Ante el estado ruinoso del edificio, al final de la década de los ochenta (1988-89), el recinto es cerrado al culto.

La “nueva” Ermita. Simbología.- Transcurridos unos años, se planteó la restauración del templo, sugiriéndose en un principio convertirlo en salones parroquiales, pero ello privaría a un barrio tan emblemático y cargado de tradición, de su propia seña de identidad como era y lo es la Ermita de Santa Ana. Por eso, se decidió finalmente que lo más apropiado y razonable sería la restauración, pese al problemático inconveniente que suponía la cuestión económica. Las obras comenzaron en octubre de 1994 -siendo cura párroco Don Juan José Castillo Cánovas- siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. El presupuesto inicial fue de seis millones de pesetas (algo más de 36.060 euros) pero debido al encarecimiento de los materiales durante los dos años de trabajo y a otros problemas surgidos, el costo resultó superior: a mediados de diciembre de 1996, los gastos suponían ya 14.323.215 pesetas (86.084 euros).

La gran preocupación era la continua humedad que presentaba la nave en el punto de unión del ábside con la pared Norte y durante cuatro meses, parte de los trabajos se dedicaron a buscar su origen. La labor dio  como resultado la localización de un manantial que arrojaba 200 litros al día, comunicándose sus efectos  a todo el recinto. La primera tarea, entonces, consistió en realizar un drenaje a tres metros de profundidad y canalizar el agua hacia el alcantarillado. Para quitar y evitar futuras humedades, se elevó el suelo del recinto construyendo unas gradas cuyo interior está hueco, lugar por donde en invierno circula aire caliente -que a la vez sirve de calefacción- y en verano aire natural, mediante un sistema de canales comunicados entre sí. Con ello, presumiblemente, se eliminaría la humedad para siempre. Las tres antiguas hornacinas del ábside se agrandaron y se les colocó un tabique frontal separado del fondo para evitar la posible humedad, instalándose como ornato, arcos de escayola con sus columnas y en el hueco interior, unas luces anaranjadas que contribuyen a realzar el lugar. En la hornacina de la izquierda está la imagen de Santa Ana, titular de la Ermita; bajo el arco central, una extraordinaria pintura mural de la artista Ana Mª Almagro y a la derecha, ocupando el punto vertical donde se hallaba el manantial, se sitúa el Sagrario.

El nuevo templo está lleno de simbolismos: la sede es la cabeza y se ha dimensionado en base al número 14 porque representa el total de generaciones hasta llegar a Cristo, midiendo el respaldo 111 cm. que representa a la Santísima Trinidad; el ambón, lugar de la palabra, tiene forma de vaso con una base de 40 cm., recordando tanto el Diluvio como los años que estuvieron los israelitas errantes en el desierto. El Altar es el corazón, ubicándose casi en el centro del templo, tomándose como base para sus medidas la numerología del nombre de María en hebreo: MYRYM = 88 cm.; así, el ancho es 2 veces MYRYM y el largo 3, resultando: 2×3 = 6, los días de la Creación, remitiéndose al simbolismo indicativo de que todo está impregnado de María; las columnas miden 78 cm., número del Espíritu Santo, siendo la altura total del Altar 101 cm. Hay 26 bancos, pudiéndose sentar -teóricamente- 153 personas = cantidad de peces que capturaron los Apóstoles con ocasión de una de las apariciones de Jesús. El Sagrario es una especie de roca de 100 cm. de altura, medida que proviene de quitar a 111 (Santísima Trinidad) los dos “unos” = Hijo y Espíritu Santo quedando, pues, 100 = Padre = Roca sobre la que se levanta todo. Podríamos continuar relatando más simbolismos y curiosidades, pero nos limita el.  A los interesados y curiosos del tema, les  remitimos a nuestra publicación: “El nuevo Templo de Santa Ana”, nº 14 de de Cuadernos de Moratalla.

El domingo día 8 de septiembre de 1996, se inauguraba la remozada Ermita de Santa Ana.

 

 

José Jesús Sánchez Martíne. Cronista Oficial de la Villa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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