No venía el verano con las golondrinas, el calor, o los exámenes, ni siquiera lo traían la siega olas vacaciones.
El verano venía cantando en el tolón tolón de los cencerros por la verea, se colgaba de los cuernos retorcidos de las vacas,que amenazaban con rasgar el aire, que llenaban de miedo las conversaciones (“me han dicho que este año hay que tener cuidao con las vacas, hay una gacha, recién paría, que es muy mala”), cabalgaba sentado en la grupa de la jaca del mayoral, flotaba de tejado en tejado persiguiendo el repicar de las campanas, bailaba al ritmo del viento sobre las bandericas que adornaban las calles, abría el corazón a la nostalgia con los pasacalles de la banda de música, nos llevaba a la infancia feliz detrás de la dulzaina del Tío la Pita (“Tará, tará, tararí… Ora “por” nobis… Como sé que te gustan los garbanzos torraos, por debajo la puerta te los echo a puñaos”)…
El verano llegaba con las fiestas del Santocristo (dicho así, de corrido). El día del encierro todo era fiesta, estallido de cohetes, calles adornadas, suelos cubiertos de papelillos, volteo de campanas y restos de bombetas y petardos.
Acabábamos de volver, después de un curso entero en Salamanca.Dábamos unos pasos y alguien conocido nos hacía aquella pregunta redundante: ¡Válgame Dios, muchacho! ¿Es que has venío ya? El pueblo en fiestas nos daba la bienvenida. Aquella alegría no era por nosotros, pero a mí me gustaba imaginar que sí lo era.
Encierro no había más que uno. Las vacas bajaban de la Canaleja. Madrugábamos para verpasar las vacas, tres o cuatro arropadas por los mansos (mira, mira, el Caminante, el que siempre va delante), por el Puente Jesucristo.Las veíamos echar por el río y salíamos corriendo parael pueblo, con los bambos nuevos bien atados, a esperarlas nerviosos. Los valientes, los que le hacen cocos y la torean, se quedaban enfrente del ayuntamiento, los prudentes, esos que salen corriendo en cuanto mira, al lado de la balsa San Juan y los cobardes, los que pasan el tiempo subiendo y bajando de rejas y boquetes, en el patio del Convento, al ladico de unportal.
La espera se hacía larga, tensa; los cohetes subían incesantes, dejando colgada de la mañana azul su nubecilla de humo gris, despertando a los últimos remolones. De repente, algo cambiaba: los corredores empezaban a apartarse, primero andando, despacico, disimulando el miedo, después en un trote confiado y, por último, a la carrera con la alarma escrita en los rostros; seguía un espacio vacío, un silencio expectante, tropel de pezuñas y cascos, sonar de cencerros, ladrido de perros, la vara de los gañanes golpeando violenta en el suelo…
Entraban las vacas…desafiantes, orgullosas, buscando sus ojos tan negros por dónde seguir su camino entre el ¡uuuy! que caía desde los balcones.
En ese momento llegaba el verano. Ocupaba los puestos de las turroneras, junto ala Glorieta, sacaba a bailar a su novia en las verbenas, elegía las damas y reina de las fiestas, tocaba diana floreada, encendía los fuegos de artificio del famoso pirotécnico señor Cañete y presidía, subido a la vara de mando del señor Alcalde y Jefe Local del Movimiento, la procesión del Cristo moreno, quemado, como el olmo seco, por un rayo, apagaba los cirios y velas en la iglesiadespués de la misa, se asomaba a los campos, a los mares de olivos que nos rodeaban, empuñaba las hoces de los segadores, se vertía en sudor en las noches de imposible conciliar el sueño…
Se quedaba a vivir con nosotros hasta San Miguel.Se bañaba en la Puerta, sacaba la silla a la calle, a tomar el fresco,segaba los campos, hacía madurar las almendras y dormía su pereza de siesta en la transparencia azul del cielo inimitable de esta tierra.