Nota bene:
Durante los largos días del confinamiento dedique algunas horas a escribir sobre los acontecimientos que ocurrían a nuestro alrededor, reflexionar sobre sus consecuencias y contar lo que, a mi modo de ver, estaba pasando, unas veces en serio y otras en broma.
Ha pasado el tiempo y parece que ya se nos ha olvidado la gran crisis sanitaria y social que trajo consigo COVID-19.
Estamos soportando unas temperaturas nunca vistas, mientras los negacionistas se niegan a admitir que el clima está cambiando y muy pronto ese cambio será irreversible.
Por eso me parece interesante echar la vista atrás, recordar lo que tuvimos que pasar y, sobre todo, ver hasta qué punto las cosas han salido como esperábamos o como nos prometieron.
1.- ¿Y si resulta que nos ha calado?
La tierra, digo. ¿Y si resulta que la tierra al fin ha descubierto que somos un cuerpo extraño, un parásito que la puede destruir? Tendría lógica. El mismo planeta que creo la vida a partir de una bacteria (está también la historia de los siete días, pero ya no parece muy creíble), el que combina luz y clorofila y consigue maravillas, el que organizó las estaciones y el ciclo del agua, el que a partir de dos gametos te consigue un Bill Gates, un Picasso, una ballena… podría haberse cansado de nuestra interferencia, de nuestro egoísmo depredador, de nuestra capacidad de alterar el equilibrio que la vida necesita… y podría haber empezado a eliminarnos, sin prisas, claro, el universo nunca tiene prisas, el tiempo es todo suyo.
Yo lo entendería, lo consideraría defensa propia, legítima defensa… Pero le haría una sugerencia: «Por favor, madre tierra, que, en tu próximo ataque, el criterio no sea la edad ni las patologías previas. Con todas mis fuerzas te lo pido. La próxima vez llévate primero a los estúpidos. Verás que buena limpia…»
2. Íbamos tranquilos, alegres y confiados,
convencidos de que la tierra nos pertenece en exclusiva a nosotros, habitantes del mundo desarrollado, y tenemos, por lo tanto, el derecho a ocupar el territorio, alterar el equilibrio, destruir bosques, canalizar ríos, contaminar las aguas, acabar con especies y esclavizar a los pueblos aborígenes.
Nada puede detener el avance de la máquina, de la tecnología, pensábamos orgullosos de nuestro poder depredador. Y, de repente, ¡zas! Un bofetón que te tira del caballo, una hostia a mano abierta en todo el morro que te deja medio ido.
Te levantas dispuesto a liarte a mamporros con el elemento que osa perturbar la paz del paraíso, el enemigo que se atreve a despertarnos del sueño… Y resulta que no hay tal enemigo.
Sí lo hay, es evidente; el virus es el enemigo inmediato, el brazo ejecutor de la venganza; pero no podemos afirmar a ciencia cierta quién es el responsable último de haberlo puesto en marcha, sobre quién debemos lanzar nuestra ira, ante quién presentar reclamaciones.
El primer culpable, el responsable principal de no haber puesto los medios para evitar la propagación del bichito que ha terminado convirtiéndose en pandemia anda errante, como perro sin amo del que nadie se hace cargo.
El presidente de EEUU balbucea “chino malo”; las autoridades chinas dicen “algo huele a podrido en Yankilandia; En España, los políticos de la barba de camuflaje, los que despidieron personal sanitario a capricho, los que se repartieron con la empresa privada los beneficios de la salud, andan exigiendo a Sánchez médicos y camas para paliar los efectos de la enfermedad y andan gastando dinero, de ese que tanta falta hace, en infestar las redes de fakes alarmistas contra la actuación del gobierno, sobre todo de Pablo Iglesias, auténtica bestia parda para la feligresía escasamente alfabetizada de los barbudos. Un no parar.
Aunque a estas alturas ya da igual quién lanzó la primera piedra, pues el virus de la culpa ha mutado en virus de la responsabilidad, y se ha instalado en la conciencia de todas y cada uno de nosotras, como un derecho universal, al igual que el sufragio: un hombre un voto, una mujer otro.
De nosotros depende, pues, salir con bien de esta. Mi confianza en la raza humana es limitada, pues tenemos tendencia a dejar que los idiotas decidan qué se hace. Pero también sé que la fuerza de nuestro espíritu colectivo es insuperable.
Y, de momento, lo que nos están pidiendo es bien sencillo de cumplir: ¡Quédate en casa! Y deja a los mastuerzos que se graben en la calle diciendo que ellos no se quedan en casa si no se lo dice Santi.
Como si Santi tuviera alguna preocupación por ellos.
3.- Dice mi santa que bien está el confinamiento, pero que el gobierno ha decretado confinamiento en casa, no hay que llevarlo al extremo de cada uno/a en su rincón, que ya va siendo hora de que deje mi cueva y me pasee por los inmensos campos de la planta baja. Que hay vida lejos del ordenador.
No sé yo si eso es cierto, pero uno sabe cuándo debe callar y obedecer. De momento, me he asomado al balcón. Hace sol, hay flores en los árboles, oigo piar los pajarillos, y hay silencio, mucho silencio.
¡Qué contenta tiene que estar la naturaleza! Estará diciendo: «¿Esto qué es lo que es?». Carreteras sin coches, calles sin coches, aire sin humo, el mismo silencio en la ciudad que en el campo, el entorno libre de injerencia humana… A que va a ser verdad eso de que no hay mal que por bien no venga. Que si hubiéramos dicho de hacer esto de parar y respirar para darle un respiro a la naturaleza, enseguida se habrían levantado voces diciendo déjate, déjate de bobadas, lo que hay que hacer es producir y crecer; lo otro, lo del cambio climático, más adelante, ya si eso.
Pero como lo manda el virus, a achantar la mui y a obedecer, no sea que me descubra y venga a por mí, precisamente a por mí, ¿es que no hay otro?
Hemos decidido mi señora que toca actividad física (cuánta razón tiene), así que en cuanto que termine de escribir esta tontoflexión me voy a poner a cortar unas tablas de un palet muy bueno que recogí cuando aún existía la libre circulación de personas y mercancías. Las voy a serrar a mano, así hago un poco de ejercicio y contribuyo a la depuración del aire.
Aún no sé qué voy a hacer con ellas. Pero no me preocupa. Me lo ha sugerido ella (lo de las tablas), seguro que ella sabe…
(continuará / to be continued)