Once de julio en Moratalla. Ambiente festivo en las calles: esclatan cohetes y bombas, suena la música, hay bullicio de gente que se va concentrando hacia la carretera de Calasparra. Gente nerviosa que espera la entrada. Algunos se han levantado de madugada para verlas salir de la Casa Cristo. Es el día del encierro. El primer encierro de las fiestas de este año. Es temprano, pero ya empieza a apretar la calor. Alguno se queja
– ¡Mariá Santísima! Hoy sí, hoy sí que. ¡Hoy nos vamos a freír vivos!
– Allá penas. Tú por eso no padezcas, que mientras haiga cerveza…
Todo el pueblo está en la calle Hasta la alcaldesa se ha puesto su pañuelo rojo al cuello y sus bambos de correr. Pero está desinquieta; se mueve disimulando el susto, deseandico de encerrarse detrás de las rejas del ayuntamiento.
Están casi todos, pero no están todos. Falta el Luciano.
Al Luciano la vaca le gusta con locura. Todo el año contando los días, esperando que lleguen las fiestas. Pero este año no va a correr el encierro. Ni siquiera va a verlo. Se ha levantado al salir el sol y se ha ido a la huerta, a regar los tomates.
Y es que al Luciano todos los años, sin que falte ni uno, lo pilla la vaca. Cosa de poco casi siempre: un topetazo, un tute, un mochazo, un revolcón…, pero así todos los años, uno detrás de otro, sin fallo.
De mocico corría con la vaca, le hacía cocos, la toreaba… Parecía normal que le diera algún susto. Ahora se ha vuelto más temerón, ya no pisa la calle estando la vaca suelta, pero da lo mismo. Antes o después, lo engancha.
Un año dijo aquí me quedo y se engarabitó al boquete de la Glorieta, hasta el palo más alto. A ver si llegas. Y no llegaba, pero se desaflojaron las guitas, se esgobernaron los rollizos y el Luciano se esclafó donde mismo estaba la vaca. Y allí que le clavó el cuerno en la curcusilla. Na, una miaja la punta, que ni sangre echaba. Pero pillao.
Al año siguiente se quedó ca Los Alemanes, bebiéndose una caña fresquica con un plato de michirones, a lo seguro, viendo la vaca por el ventanillo. La gente le alababa la idea
– Ahí. Ahí, Luciano. Tú estate ahí, que ahí no te pilla.
Pues no. No tenían razón. Vino el bicho, le dio un meneo a los hierros de la puerta y se zampó en el bar. Si no había allí dentro doscientas personas, no había ninguna. A todas las dejó salir, andando, corriendo, a tatas… sin hacer por ellas. Hasta que llegó el Luciano. A lo primero lo dejó pasar, que a pocas si se escapa. Pero cuando ya iba a trasponer por la puerta, se arrancó, lo enganchó por detrás, de la culera y se lo llevó dando voltetas hasta la puerta del casino.
El año pasado no salió de su casa, en el Patio el Convento, ni asomarse a la puerta quería. Estaba en la cocina, haciéndose de merendar, desentendiéndose. Con to y con eso vino la vaca, le dio dos mochazos a la puerta y se coló en la casa, sin hacer caso de nadie, se metió hasta donde estaba el Luciano, a cosica hecha. Le dio un tute que lo sacó por la ventana.
La gente ya se lo toma a guasa:
– Mariá, Luciano. ¿Pos comostás pa que tos los años t’enganche?
– ¿Es que yo lo sé?, pijo, ¿es que yo lo sé? – contesta Luciano
Y la mujer parece que le echara las culpas.
– Válgame, Luciano, válgame… que tos los años tenga que ser a ti. Yo no sé qué giro vamos a tener que tomar. Pero esto así no se pue estar.
– ¿Y qué quies qu’haga yo, si paece que me busca, la esgraciá?
Así que este año el Luciano se ha quitado de en medio. Se ha ido a la huerta a cavar y regar los tomates. Está agachado, volviendo la pará. Oye escándalo y chillidos de gente que se acerca
– ¡Se ha escapao la vaca!, ¡se ha escapao la vaca!
El Luciano se vuelve despacio, a sabiendas de la que le espera y… ahí está, a escasos veinte metros: una vaca roja, gacha, pequeñica, bonica, mirándolo fijamente y escarbando la tierra.
El Luciano le dice: Haz el favor siquiera de no esfaratarme las tomateras
Y se tiende a lo largo entre dos caballones altos, a ver si quisieran venir los perros y se la quitaran.