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PACO MORATA RECUERDA… TIEMPOS MODERNOS

No tengo ninguna duda, los tiempos modernos, el despertar de aquella España de Régimen y NODO en la que daba igual la fecha de las noticias, pues todas eran a mayor gloria del dictador para quien, al parecer,nada fluía, los tiempos modernos, digo, empezaron el día en que el Talavera puso una tele en el escaparate, mirando a la calle. A partir de entonces la caja tonta se iría adueñando del centro de atención en los hogares, desplazando de la posición hegemónica a la radio, la conversación y la estufa de leña.

Por aquella pantalla de un solo canal, mediatizada por la censura y los resabios decimonónicos del Movimiento gobernante, empezaron a entrar modos y maneras que no se podían censurar. Con cada teleserie americana, con cada conexión con los corresponsales en el extranjero, con cada anuncio… llegaban testimonios de que la vida podía ser muy diferente de aquella  que nos pintaba la doctrina oficial.

Aquella televisión tan vigilada traería a nuestras vidas el rock’n’roll, los pantalones campana, los anuncios de Marlboro, la minifalda, el Varón Dandy y las chicas ye-ye, el fútbol en directo, los hermanos Medina dando el tiempo, y los toros. Guiados por la luz que salía de aquella caja, fuimos la primera generación que se vestía de modo diferente a sus padres. Desaparecieron los calzoncillos de lienzo, las alpargatas, las boinas,  las combinaciones y las fajas; llegaron los slips abanderado, los bambos y los pelos largos, los vaqueros, la terlenka y el plexiglás.

También los eslóganes de productos que se hicieron populares: Filomatic, da un gustirrinín. Inter, el televisor de ley. Soberano, cosa de hombres. Si no hay Casera, no como. Todos los días un plátano. Gua, Felipe. Y después de las comida, dos minutos Profidén… Como solo había una cadena, todo el país se movía al mismo ritmo.

 

El Concilio Vaticano II

 

Los tiempos modernos siguieron avanzando cuando la Iglesia  decidió que el cura dijera la misa en lengua vernácula, no en latín y se volviese hacia los fieles, en lugar de darles la espalda. En Moratalla ese cambio se hizo más evidente porque se produjo también un relevo de personas. El coadjutor de la parroquia era don Tomás, un cura del antiguo régimen, de los que daban la mano a besar; un sacerdote de bondad infinita, pero más propio de una época que ya había periclitado. De su misa, sus beatas, sus confesiones, sus cafés calientes, cargados y corriendo, sus alusiones a San Lino, segundo Papa, sus penitencias llevaderas, del viático y los entierros —que siempre se los encasquetaba don José, el párroco—, no lo podías sacar.

Don Tomás estaba anciano y achacoso y para ayudarle en sus funciones enviaron a José María, la otra cara de la moneda. El nuevo coadjutor era un filósofo, un intelectual recién llegado de Alemania que iba medio siglo por delante de quienes éramos sus feligreses.

La llegada de aquel cura supuso una mini revolución, sobre todo para los jóvenes. Yo, que por entonces hacía de monaguillo cuando venía de vacaciones, lo admiraba. Hablaba de todo, sabía de todo,  era joven, vestía de paisano, tenía discos de DomenicoModugno, GigliolaCinquetti, Rita Pavone,Nicola di Bari, Jimmy Fontana, Gianni Morandi, Aznavour, Adamo…, libros de Cela, Delibes, Miguel Hernández, Blas de Otero, Goytisolo, Alberti, tenía también una cafetera Magefesa, de esas que todos tenemos en casa, que se pone el agua abajo y el café en medio y a esperar que suba, de esas, sí. Ahora las conoce todo el mundo, pero entonces, no. Entonces el café era de bar, de polvos o de puchero. Aquel invento no lo habíamos visto nunca.

Tenía muchas cosas, ya te digo, pero sobre todo tenía cabeza.Tenía ideas. Cuando lo enviaron al pueblo se vino un poco abajo. Estaba acostumbrado a la vida en una gran ciudad como Munich y Moratallale pareció el culo del mundo. Pero no se dejó derrotar. Fuera por virtud o por necesidad, el caso es que no se quedó en la iglesia, esperando a que vinieran a confesarse las cuatro beatas de misa temprana; se echó a la calle, a buscar a los que no iban mucho por la iglesia.  Pronto conectó con los jóvenes. Congregó a su alrededor un grupo de muchachos y muchachasque tenían lo que entonces se llamaban inquietudes y que hoy diríamos ganas de marcha. Con aquel grupo de jóvenes fundó el Club Jioma, (el nombrecito se las trae), un sitio donde, por primera vezconvivían chicos y chicas.

Yo nunca fui socio del club, no tenía la edad, pero con la excusa de buscar a mi Alonso, me colaba a ver Bonanza y el Virginiano. Siempre había ruido de cubiletes moviendo los  dados, mucha conversación y mucho humo. Eran tiempos en los que fumar molaba… Y siempre había alguien que me descubría y me echaba porque no era socio y no podía estar allí. Me gusta imaginar que mientras yo salía, sonaba en el picúla voz acaramelada de Gigliola cantando, ironías de la vida, Non hol’età.

https://www.youtube.com/watch?v=PtbW7zYmYfM

Mucha casualidad iba a ser, pero me gusta  redondear las situaciones.

Un día, el obispo,atendiendo a los rumores que no cesaban de llegarle sobre el cura José María y sus amistades, lo mandó a Roma para alejar su alma de la tentación, pensando tal vez como DomenicoModugno que “la lontananza … é come ilvento che fa dimenticarechi non s’ama.”

Pero aquellos rumores que le llegaban al obispo, eran en realidad anuncios de una bella historia de amor, un signo más de los nuevos tiempos, que ningún exilio podía detener. El cura José María, siguiendo a su corazón,se marchó del pueblo  y se fue de nuestras vidas.

Pero quedaron los tiempos modernos de aquella iglesia que empezaba a cambiar cuando él llegó. Lo que ahora parece tan normal, en aquellos días sonaba muy raro. Estábamos acostumbrados a la Iglesia del concilio de Trento, oscuray distante y la nueva liturgia del concilio Vaticano II pretendía acercarse a la gente. Se acabaron los latinajos, los curas dejaron de darnos la espalda y se inició algo que tuvo su polémica, las misas por la tarde. Aunque no os lo creáis, hasta el año 1965 estaban prohibidas las misas por la tarde. Aquella media vuelta, aquel mirarse a la cara, fue otro de los signos de que, como decía Bob Dylan “the times they are a-changing.”

 

La piscina del Peña

 

La apertura de la piscina del Peña, fue otro hito en este camino hacia la modernidad. Con ella se acabaron el capuzón de Cristo, que me visto, y el de San Blas, que se me quede el pelo p’atrás y el de la rana, pa que no me entren culebrillas ni tercianas.Se acabó la necesidad de ir a mojarse el culoal Pozo el Sastre,  compartiendo el bañadero con culebras, a La Puerta o a la balsa de los lavaderos recién inaugurados.

La piscina del Peña estaba a tiro de piedra, te llegabas a ella dando un paseo. Se acabó la preocupación de si estarían los civiles en el pino, a ver si te pillaban sin la chapa de la bici. Claro que te pillaban. Yo no conozco a nadie que pagara la chapa.

Aquel  recinto era algo nuevo, con sus vestuarios, su terraza para tomar el sol, con su agua con cloro, con toda la juventud del pueblo allí metida, sin las madres vigilando a las muchachas, con su música pachanguera por los altavoces, con su bar y su merendero en la parte de atrás. Allí te podías tomar una coca cola, una cerveza o una jarra de cuerva fresquita, debajo de las oliveras y comerte, previo  encargo, un arroz y conejo, un conejo en ajo cabañil, un frito con pimientos y conejo, unas patatas con conejo al ajillo…que, digo yo ¿qué le habían hecho a ese hombre los conejos?

La disfruté un año o dos. Luego empezó la época de no venir por el pueblo en los veranos y no sé lo que sería de ella, pero tengo muchos recuerdos agradables de tardes con la peña de las Casas Baratas, y no se me ha olvidado que allí pude ver en bañador a la rubia que tanto me gustaba. ¡Qué delicia!, ¡qué belleza! a pesar de aquellas cazuelas de plástico que censuraban la parte de las tetas.

 

El picú del Olegario.

 

Fuimos a comprarlo a Murcia, en el taxi de su padre, Juan Miguel. No me acuerdo si se vino también su hermana Encarna. Se lo pagaba Gary con sus ahorros, de la vendimia o de trabajar en lo de los billetes de los vendimiadores. Ni lo sé, ni creo que importe. Yo iba de amigo envidioso, haciéndome el entendido. Como estaba estudiando fuera… Pero no tenía ni pu… Al final elegimos un Philips. Por la marca. Philips es buena marca, dijo alguno de nosotros. Sí, Philips es buena marca, dijimos los demás. Pero yo creo que lo elegimos por bonico. Era pequeño. Te lo podías echar debajo del brazo, que no pesaba nada; la tapa era al mismo tiempo el altavoz. Se  podía separar de la base. Tenía una franja marrón y a los lados, una rejilla plateada por donde salía el sonido.

– Con esto podemos hacer guateques, dijo el Gary.

– Claro, claro, corroboré yo con entusiasmo.

No habíamos caído. Pero había un problema. Solo teníamos (tenía él) un disco, el que le habían regalado en la tienda. Un single de Harry Nilsson, con la canción Withoutyou en la cara A

https://www.youtube.com/watch?v=f1_ZukxEpfs y Gottahaveyou, en la B.

No había más, así que guateque, no, pero todas las tardes, en cuanto empezaba a dar la sombra en su baldosa, el Gary se sacaba su picú, y escuchábamos a Nilssondecirle a ella, no  puedo vivir sin ti, ya no puedo vivir… una y otra vez hasta la hora de la cena.

Con el tiempo la falta de vinilos se solucionaría y haríamos algún remedo de guateque en casa de Ascensión la Morena y una fiesta de nochevieja en casa de Pepa Limonchi en donde descubrí que el baile no era lo mío. Una pena, porque el agarrado me gustaba, aunque debo confesar que era sentir el roce puntiagudo de otro ser vivo contra mi pecho de lobo y volverme mudo. ¡Menudo muermo para la compañera!, digo yo. Pero era lo que había.

El R5 de Curro.

 

Ese fue el copón  -con perdón- de la modernidad. Curro, que se había ido a vivir a Caldetas unos años antes, asomó un  verano por el pueblo con un R5 amarillo. ¿Qué más podíamos desear? Hicimos un viaje a Granada, con mis hermanos Alonso y Jesús, escuchando la discografía entera de los Beatles, que el Morata grande se había comprado en cassettes originales. Todo un lujo. Pero no es el viaje en familia lo que yo considero un paso hacia la modernidad.  Cuando hablo deser modernos y parecerlo, hablo del Candelo, el Currito y el Paco el Morata, saliendo de bureo (la marcha aún no se había descubierto) a los pueblos cercanos, digamos Caravaca, Calasparra, Cehegín y Bullas. De aquellas expediciones por territorio hostil recuerdo poco, solo que bebíamos coñá con hielo – idea del Candelo.

Lo moderno de caerse de culo de aquellas salidas era que, a la vuelta, aparcábamos junto a la terraza de la María del Puro, nos poníamos a hablar con la música puesta, y allí mismo nos quedábamos fritos hasta que amanecía y más allá. Nos parecía que éramos la orden cana. Y tendríamos veinte años, que ya era pa que…

 

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