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FAROLA, TALANQUERA, GOTERÓN

(Recuerdos, homenajes y fábulas),

 

El día de San Miguel de 1963, acompañado por mi hermano Alonso, cogí un tren, en la estación de Calasparra, que me llevaría a un internado en Salamanca. Tengo marcada esa fecha como el día en que acabó mi infancia. A partir de entonces, pasaría más tiempo en la vega del Tormes que en el valle del Benámor. Por suerte quedaban las vacaciones, sobre todo las largas vacaciones de verano, para volver al que fue paraíso de mi infancia, de modo que aquí se localizan algunos de los episodios más felices de mi adolescencia y juventud, incluidos los primeros amores adolescentes, que no pasaron de inocente platonismo, no por falta de deseo carnal, sino porque, aunque alguien pueda no creerme, yo soy tímido hasta que me abren la puerta invitándome a pasar o me   dan un empujón para que me lance al agua, y en aquellos tiempos las puertas estaban muy vigiladas y los empujones solo se daban cuando las aguas empezaban a desesperarse.

Luego vendrían los años de universidad, la progresía, las novias castellano-leonesas, los viajes al extranjero, el matrimonio, el trabajo… Poco a poco me fui distanciando del pueblo, cada vez espaciaba más las visitas, hasta que, durante un tiempo, dejé de venir.

Desde hace unos años vengo a pasar las vacaciones al Campo San Juan, lo que es venir y no venir, y me doy alguna vuelta por aquí. Me siento un poco raro, como un turista en mi pueblo, cada vez conozco a menos gente y menos gente me conoce a mí.

Pero Moratalla siempre va conmigo. Esos años de infancia y esos largos veranos dieron mucho de sí. He tratado de recomponer la vida de ese tiempo para mis hijos. He procurado mantenerme fiel a mi memoria, a mis propios recuerdos, describiéndolos tal cual, sin andar haciendo averiguaciones ni refrescando datos. Me tendréis que perdonar los errores, la memoria a veces falla. También he tratado de no hablar mal de nadie, excepto en un par de casos en los que era de justicia hacerlo.

Confieso que me he inventado algunas cosas, pocas, pero siempre en aras del interés del relato. A fin de cuentas, esto trata de ser literatura.

Le agradezco a Ángel Miranda la oportunidad que me ofrece de darlos a conocer en el ‘lugar de autos’. Espero no ofender a nadie.

Los primeros relatos están ambientados en Mula, donde nací y pasé los tres primeros años, pero no creo que importe, la vida era igual en todas partes.

 

LOS JUEGOS

 

Hay un grupo de niños sentados a la sombra, sobre una hilera de losas de piedra que forman una especie de acera irregular junto a las casas. La calle es de tierra, pero no hay polvo porque las niñas la han rociado hace poco con unos cubos de agua, calderos de cinc llenos de abolladuras y oxidados.

Uno de los niños está frotando un hueso de albaricoque contra la piedra. Ha escupido para que el hueso se deslice mejor. Cuando haya conseguido desgastarlo hasta la parte hueca, le sacará la semilla y tendrá un silbato. Otros dos  se intercambian cartones de cajas de cerillas sobre los que hay dibujadas caricaturas de futbolistas: Zamora, Puskas, Kubala, Czibor, Zarra, Gainza… Los niños las coleccionan. Sirven para apostar cuando juegan a las bolas. La calle está llena de agujeros, de guas. Un tercero come alatones, el fruto del almez, y dispara los huesos con un canuto de caña. Tienen en el suelo aros toscos de madera, de las cubas de sardinas saladas, y manizuelas de alambre para rularlos.

No hay niñas jugando; están en casa ayudando a las madres en las labores del hogar. Ya es mucho que las dejen salir para que vayan a la escuela.

Del taller de Carmen, la modista, sale el sonido de la radio, la única que hay en la calle. Las venden por los pueblos de la comarca su marido, José y el socio, Ramón. Ramón es soltero; pasa muchas horas en la casa, hablando con las oficialas, jugando con los niños. Tantas que la primera palabra del hijo pequeño no ha sido papá ni mamá, sino Gamón.

Tienen sintonizada Radio Andorra. Aquí radio Andorra, emisora del principado de Andorra, emitiendo su programa de discos dedicados. Una eterna letanía de nombres antes de cada canción: Para la madre más buena del mundo en el día de su santo, para mi hijo Ginés deseándole que se ponga bueno pronto, para la pescadera del mercado de Abarán, de quien ella sabe…, de la afamada tonadillera Conchita Piquer, Ojos verdes.

Los chicos están aburridos. El mayor de ellos se levanta, guarda en el bolsillo del pantalón el zompo y la cuerda y propone un juego: ¿Jugamos a que yo era el cabrero y vosotros las cabras? Los pequeños acceden sin mucho entusiasmo. El cabrero le pide a su madre unas tiras de tela y unos alfileres. Le sujeta a cada niño una cola en el pantalón y se lleva el rebaño a pastar. Uno de los chiquillos, Perico, el hijo de la Pioja, tiene dificultades para seguirles, cojea ostensiblemente; secuelas de la polio. Pepe lleva el rebaño hasta arriba de la costanera y  se sienta en la grada mientras los niños cabra juegan a pastar, sueltan balidos y, de vez en cuando, topan las cabezas.

Después de un rato, el niño pastor guía el ganado de regreso. Ahora va de casa en casa, ofreciendo la leche recién ordeñada, como hacen los cabreros de verdad: llevan un cuartillo de hojalata y sobre ese cacharro echan la leche, directamente de las tetas de la cabra.

Paco Morata

 

 

 

 

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