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DURALEX, PACO MORATA

Curioso comprobar hasta qué punto reside la memoria en los objetos de uso cotidiano. Esos a los que pocas veces concedemos la importancia que en realidad tienen. Nosotros vamos, venimos, desaparecemos, y no dejamos más huella que las cosas que hemos ido acumulando, los objetos que se asocian con nuestra persona, con etapas de nuestra biografía, objetos que una y otra vez nos traen como por sorpresa fragmentos de ese pasado.

Conservo en mi casa de Campo de San Juan algunos elementos de una vajilla de Duralex que perteneció a mi padre. Apenas los uso, excepto una que no sé  si llamar taza, jarra o vaso grande con asa, en la que puedo ahogar en el café con leche de la mañana hasta cuatro valencianas de Mercadona. No los uso, pero no pienso deshacerme de ellos. En primer lugar, porque, como digo, pertenecieron a mi padre yestán por ello asociados a su memoria: lo veo batiendo un huevo crudo con azúcar para añadirle un buen chorro de vino tinto —un ponche— cuando se sentía falto de energía; o preparándose uncarajillo con su receta personal: un tercio de leche condensadaCerdanya, un tercio de café de malta y un  tercio de coñac Emperador, para combatir el frío; veo los vasos altos rebosando la espuma de una Estrella de Levante familiar, un plato de olivas de cuquillo, unos berberechos o unas navajas —su aperitivo preferido— mientras acaba de hacerse —cinco minutos de reposo— el arroz de los domingos; oigo el ruido peculiar que hacía al sorber la leche, tan caliente que no podía beberla de otro modo…

Son recuerdos de una vida familiar asociados a unos platos que acabaron con el cutrerío de laescasa, dispareja y desportilladavajilla de loza que mi madre había ido comprando a plazos en el mercado de los sábados.

Pero están igualmente asociados a una etapa particularmente feliz de mi vida. Duralex nos llegó de Francia, de donde venía en ese tiempo casi todo lo que merecía la pena. Sirvan como ejemplo larevolución de mayo del sesenta y ocho, el Citroën dos caballos, el cine de la nouvelle vague, lamargarina, Sylvie Vartan, Jacques Brel, Brigitte Bardot, Albert Camus, Sartre, Francoise Hardy, Asterix y Obélix , Luis Ocaña, la piluley el sinsostenismo…

Al mismo tiempo que  Duralex se popularizaba, lo hacían también las turistas europeas (las llamadas suecas, sin atender cuál fuese su país de origen), las camisetas de Landa y el Viva España de Manolo que, seguía buscando el carro, y un movimiento social cada vez más fuerte contra la dictadura, que estaba dando los últimos coletazos. Un tiempo de cambios: el dictador sanguinario, por el rey campechano,  los calzoncillos de lienzo, por los slips abanderado; el jabón de  sosa, por el detergente en polvo, el pan con aceite, por el Almendracao, la burra por la Motobic o la Piva.

Crecían las ansias de libertad y democracia,  y el optimismo asociado con un momento de despegue económico, una mejor calidad de vidapara todos

Aquella España de la transición y del consenso, en la que los hijos estábamos seguros de que podíamos vivir mejor que nuestros padres, un país que extendía la educación, la sanidad y el estado de bienestar a toda su población…Un momento históricamente feliz.Una etapa de desarrollo que nos llevó a figurar entre las grandes economías del mundo.

Curiosamente, a medida que íbamos creciendo, iba desapareciendo el duralex, víctima de diseños más actuales y de un gusto no sé si más refinado o más esnob. Posiblemente ambas cosas.

Lamentablemente, también fuimos perdiendo gran parte de  aquellos ideales, nos cambiamos de chaqueta, nos dejamos caer en los brazos del ‘liberalismo’’… para acabar ejerciendo comoacólitos del capitalismo salvaje, de apóstoles de la insolidaridad, del sálvese quien pueda;  hasta llegar al extremo absurdo de dispararnos el voto en el pie:elegir para que nos gobierne a una serie de mostrencos que mejorme callo.

No me explico cómo pudimos hacerlo tan mal. El caso es que se acabó aquella época, cambiaron los tiempos, llegaron las vacas flacas… y ahora vamos de crisis en crisis, perdiendo en cada una parte de lo conseguido, haciendo cada cual la guerra por su cuenta. Los ricos cada vez mejor, los pobres cada vez peor, pero aplaudiendo a los que se lo llevan calentito.

Por eso me gustan tanto los restos de la vajilla de Duralex queme dejó Morata: me basta apretar en la leche unas madalenas La bella Easo; preparar un vaso de Cerdanya con achicoria o tomarme una caña de la Estrella con una chullica de mojama… para sentir que me crece la barba y el pelo, que tengo veinte años por unos segundos y el futuro se abre con una luz cálida.

Cuando yo pensaba que estos vasos y estos platos se habían hundido en las aguas del olvido, resulta que no, que me dice mi amiga Elena Mazapán, desde el otro lado del perímetro cerrado, que el gusto por lo ‘vintage’ha vuelto a poner de moda aquellos viejos diseños, queDuralex, en sus variedades marrón, verde y la más popular, la incolora con los bordes en forma de pétalos de flor, reina entre lo más chic del diseño que un verdadero hipsteraspira a colocar en su mesa.

Para mí no supone mucho esta vuelta a la moda. No estoy nada relacionado con ese fashionstyle. Pero si me fuese concedido un deseo, si me dijesen frota esa esparraguera y pide un deseo lo tendría muy claro, pediría volver a merendar Almendracao al menos una vez a la semana, que me han dicho que no lo ande buscando, que ya no se fabrica. ¡Hay que ver lo cruel que puede ser la vida!

Alcázar de San Juan, 24 de noviembre de 2020

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